Llegué equilibrando la espada
sobre mi cabeza,
y con los ojos pegados
en el umbral…
Mis pies, como serpientes de agua,
aún recordaban el mar...
“Kali, diosa eres”, creo que le oí susurrar.
Acaricié mi vestido de tigre lunar
y apagué el grito helado de la soledad.
Entonces él, tal como Shiva,
se dejó pisar,
para que uno de mis tantos brazos
lo pudiera consolar.
“Destruye el origen de todos mis ríos”, pidió.
“Todo quedará inmóvil”, le advertí.
Pero él me dijo:
“La quietud es la distancia que deseo acortar.”
Entonces ordené a las montañas
olvidarse del mar.
Las llamas que brotaron de mis sueños
secaron, por un momento, su mojada soledad.
¡Oh, Shiva, pájaro de la serenidad!
¿Qué esperas de mi noche profunda?
Las montañas se escurren por mis cuatro brazos,
para que puedas ascender y despertar.
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