jueves, 7 de agosto de 2025

Iván Karamazov

 


De si Dios existe,
de si el alma es inmortal,
de todo aquello hablaba Iván Karamazov,
asomándose al paisaje
por la ventana oscura de la soledad.

Mi sombra, paralela a la suya,
la dibujó dando la espalda
al reloj de su infancia,
y desde lejos tuvo que admitir
que los sueños no dejarán
de unir nuestros extremos.

Iván Karamazov llamó al demonio
desde el tejado,
y se rodeó de espejos
que reproducían infinitamente
su rostro y su temor.

Él escondió su corona de espinas
bajo la nieve silenciosa,
y apagó la maquinaria del río
para abrazar la eternidad.

Iván Karamazov
lanza la moneda
de la incredulidad bajo las aguas:
¿cielo o infierno?,
¿el rostro del tiempo
o la cruz de la eternidad?

Pero la moneda siempre muestra
la cara de lo que no ha de retornar.

Iván Karamazov,
¿viste al infinito
lamiendo tus desgracias?
¿Escuchas reír, de incredulidad,
a tus flores despiadadas?

De si el hombre es el espejo del averno,
de si Dios es el reflejo de su falsa piedad,
de eso hablaba Iván Karamazov,
azucarando con álgebra
su café amargo de soledad.

De eso hablaba,
dando la espalda
a la mecánica del tiempo,
cuidándose muy bien
de no revelar aquel sueño recurrente:

El sueño del niño
corriendo en el campo de los siglos,
liberado del padre
y de su máscara de eternidad.

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