Me miró con ojos de acero
y me dijo:
—Eres como Cleopatra en New York.
Sonreí,
y le di cuerda al reloj de la seducción.
y le di cuerda al reloj de la seducción.
Quiso atrapar mis collares ruidosos,
adivinando que en ellos
se escondía la luz de un antiguo sol.
—Vamos —le dije—,
la serpiente ha mutado de color.
Te advierto que mi piel está fría,
pero bajo ella hay una estrella en combustión.
—Cleopatra… son tus jeans
de un antiguo esplendor —insistió.
—No mientas —sonreí—,
conozco bien tu ojo de cazador-recolector.
No se llamaba Marco Antonio,
pero percibí un olor a laurel
en su corazón.
Las pirámides temblaron líquidas
bajo el suelo de este falso New York.
No hay comentarios:
Publicar un comentario