Max Ernst
acaricia el revés de una eternidad artificial.
Los dedos petrificados se alargan para que la ausencia se aleje
y el vacío se acomode en el sueño estacional del guante,
La mano se alza y la puerta envejece,
inconsolable la madera que escupe tantas despedidas.
Todas las manos del mundo quisieran abrir la puerta de un deseo abstracto
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