Buscaste
una mano suave que te sirviera de guante
Un
silencio de cinco dedos con el que tocarle
Los
labios a la profundidad.
Más
tarde desde tu anfiteatro palpaste la
noche con asombro,
Ella
era un espejo recién pulido
Y
distante,
¿Fue
la madrugada la que le puso una sábana blanca a tu reflejo?
Embrujaste
al mar desde la montaña,
Con
un lánguido ademán te vestiste de altura
Y
de oceánica profundidad.
Hiciste
todo eso con el corazón húmedo
E
incierto,
Porque
lo que tú verdaderamente ansiabas
era un pequeño bosque de bambú,
Con
sus geométricos pajaritos cantándole a la luna,
Quisiste
hacer de tu sueño oriental una profecía,
El
tiempo que va y viene
Que
viene y va en el vértigo de la ternura,
Pero
recibiste gloria y espejos,
Y
mañanas, y aeroplanos y los más extraños ocasos.
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