De pronto, la mañana
es la victoria de las horas.
Volvemos a nacer bajo la fría luz matinal,
y le damos cuerda a la maquinaria cotidiana,
que, con sus piezas gastadas,
nos obliga a movernos y avanzar.
Bajo la armadura del reloj
hay algo que late y se escurre,
como un laborioso río en busca de peces.
Tú juegas para conquistar un espacio
dentro de la orilla del pensamiento,
bajo los minerales extintos
de la razón occidental.
Tiene que haber un árbol
bajo la pendiente de tu mirada,
o un ojo que te arrebate la visión
allá en la cima.
Era de hielo tu juego
en el espejo de caoba,
la imagen de una ronda
en el cenit del planeta,
que no era otra cosa que el tiempo
dentro de su madre inmóvil,
girando,
girando,
girando.
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