A veces uno toca la superficie de las aguas
y el mar se despierta;
en
ese instante tienes la certeza de que
los
habitantes de la profundidad
no
saben de orillas, ni de ensimismadas islas.
Tú
tocaste las olas desde tu espejo,
alargaste
sombríamente los brazos
para
alcanzar un hipocampo,
criaturita
húmeda y salvaje
que
atraviesa las paredes del mar.
En
tu puerta se pierden las arenas,
desaparece
el caballo marino que te devolverá la libertad;
y quisieras que no fuera así;
pero
el reloj sólo sabe de gatos y perros tristes.
El
tiempo te aparta de la semilla que dio origen al mar;
querrías
ser salvaje, pues tanta civilización
te
vuelve demasiado susceptible al frío.
Pero
el hipocampo se marcha con su libertad primaria,
su
profundidad y su destino oculto no te pertenecen.
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