Recogí una rosa,
luego un lirio,
más tarde un clavel.
¡Oh, tú sabías bien
que nuestro tiempo era una flor blanca
en un vaso de papel!
En la llanura de Nisa, desde tu lejanía,
me viste los ojos de los sueños rasgar.
Desolado, cansado de tu reino de muertos,
te apoderaste de mi fragilidad.
Transformada en luz oscura,
arrastrada hacia tu oscura eternidad,
besé tu corazón helado,
envuelto en una frágil claridad.
Me dijiste: “No necesito perseguirte,
ni nunca podrás escapar.
Mi reino es tu reino; fortaléceme,
eres mi infancia antes de la muerte,
antes de la vida... nunca morirás”.
Solté las flores, y te dije:
“Eres mi enemigo, mi ausencia será tu soledad.
Ahora puedes cerrar los ojos
y aceptar tu oscura fragilidad.
Mañana mi madre inventará la primavera,
y el horizonte me verá regresar”.
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