Maestro-curandero-sanador;
con prudencia y sabiduría,
juraste construir las murallas
grises de tu corazón.
¿No será hora de que pruebes
un poco de tu propia medicina,
juicioso señor?
Que tus manos sean la herida,
y que el tiempo sea el jarabe de tu dolor.
Maestro del cosmos, hijo del sol,
que la felicidad que rechazaste
profundamente permanezca;
y que la fiebre de tu destino
encienda el rito de tu corazón.
¡Que de tu veneno brote la sombra de tu
salvación!
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