Unas manos suaves que acaricien el presente,
unos dedos translúcidos que dibujen el porvenir,
sin cuerpo, sin ojos,
que se extiendan sobre el devenir...
Tal vez desde ellas podría florecer un cuerpo,
y la gema de unos ojos en lo más alto del cénit.
Unas manos inagotables
que enciendan lámparas
y que apaguen dulcemente lo que no ha de venir.
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