Te gusta quedarte
sentada en la duna más alta
esperando que
venga el lucero a cerrar tus párpados,
el dorado de las imágenes es alquimia para tu
alma,
sin embargo, la
lluvia en el desierto te entristece,
te recuerda al bosque.
Cuando abandonaste
la verde espesura
el corazón de
los árboles se quedó inmóvil,
la hiedra salvaje se transformó en un puñado
de sombras quejumbrosas y
tu cara se borró de todos de los espejos de
agua.
Sabías que
pasado un tiempo ya nadie te esperaría entre robles y arrayanes;
tenías la certeza
que el viento, lo árboles y los pájaros
ya no te buscarían en la secreta casa del bosque.
Todo follaje
ha de ser quemado en tu memoria,
has de construir tu morada en un oasis con
fuentes milenarias,
retornas al
origen envuelta en pétalos amarillos;
vuelves a ti
antes de la placenta.
La tierra que
habitamos siempre termina por engullirnos
Y los árboles
saben y sueñan que ya pueden reemplazarte.
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