Me provoca temor la imagen deslucida
de un mar distante colgado en la cocina
¿Por qué colgar el infinito en las
paredes sucias
y contar en sus estáticas olas los meses y días que se
fugan?
En las noches temo el nunca más
que congrega todas las sombras,
y que enmascara lo inconcebible
que es para la razón la eternidad.
Agreguemos el temor a los
espejos rotos
a las puertas grises,
y a los candados de la mente.
Odio las ventanas empañadas,
las blusas rosadas,
la cama fría en el invierno
y la fragilidad de esta memoria
que torna blanco y vacío
lo que he sido,
sustancia transparente
que de los buitres del tiempo
apenas es escoria.
En cambio amo el sol hilando
sueños claros en las cortinas,
la plumilla del cardo anunciando el nacimiento
de un mundo secreto y pequeño,
los vestidos blancos y rojos,
el silencio de mi padre,
las manos de mi madre,
los pianos, que mis dedos ignoran hacer
llorar y reír,
los trenes de otro siglo, que recortan
sólo el tiempo, pues carecen de espacio;
Y por sobre todo amo acariciar la arena
tibia e infinita
y
perder el miedo a la muerte.
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