Dice Rhodo: Yo me
consumí
en aquel reino que
quise fundar
y no sabía ya que
estaba solo.
Fue mi noción
quebrantar esa herencia
de sangre y sociedad:
deshabitarme.
Y cuando dominé la paz
terrible
de las praderas, de
los ventisqueros,
me hallé más solitario
que la nieve.
Fue entonces: tú
llegaste del incendio
y con la autoridad de
tu ternura
comencé a continuarme
y a extenderme.
Tú eres el infinito
que comienza.
Tan simple tú, hierva
desamparada
de matorral, me
hiciste despertar
y yo te desperté
cuando los truenos
del volcán decidieron
avisarnos
que el plazo se
cumplía
yo no quise
extinguirte ni extinguirme.
(Pablo Neruda, La
espada encendida)
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