Ya
llegó el día de arrancar las cuerdas al viento tembloroso,
el tiempo de
invertir la tempestad con los ojos cerrados.
Llegó
la hora de poner la sombra en el reloj
para
que las hojas caigan,
y
nuestros recuerdos con ellas.
Ya
llegó el día de esparcir la voz vacía
para
que las palabras enmudezcan de temor
y
los versos se duerman en las ramas.
Llegó
la hora de desembarcar
y abrir
la puerta encortinada de la belleza.
Ya
llegó el día,
llegó
la hora del pétalo contra el pétalo,
de
la flor enloquecida por el corazón que nunca se excede.
Llegó
el momento de mirar a través de las pupilas de la casa,
y abrazar
el fin de un reino que nunca ha existido.
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