Fresco de Pompeya
un ruiseñor escupe el fuego fantasma del volcán,
el incendio hunde sus raíces en el mar para olvidar
el calor ciego y amargo del cielo recién nacido.
Ahí van las estatuas corriendo,
el alma del escultor se asoma desde las cenizas
para contemplar,
la muerte de las palabras en el fuego
mientras se ahoga la protesta interminable de las columnas
y sus insaciables murallas.
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