El centro del laberinto, Rafal Olbinski
Desde una
esquina del mundo Ariadna hila su ovillo con hojas de otoño
Sus manos
atrapan la luz que muere en cada una de ellas,
Las mezcla con
objetos que viven en su interior:
Ruedas,
rieles, balcones brillantes, lagartos asustados
Teje y desteje
su ovillo de espejos como una larga plegaria.
Me consuela la voz del agua
Es como un silencio poblado de voces de otro siglo
¿padre, por
qué el cielo del desierto se incendia
quemando la coronilla del Minotauro?
Ariadna, sabe
y por eso no entra en el laberinto,
Sabe que el
minotauro es una avalancha de recuerdos
Un mar de
meteoros mentales que embisten a todo aquel
Que penetra en
él,
Ella prefiere
tirar de su hilito dorado,
Recobrar
cuando es debido el otro extremo,
Teseo busca un mar más azul que el cielo,
Teseo nunca sale del laberinto, he ahí su cielo,
¿a quién pertenece y de donde ha venido la mano que corona?
¿Quién le
conduce a esta isla que es cómo un sueño blanco?
Él es un ojo que acecha el cristal.
Ariadna cree
que la suerte es avara,
Se sienta en
el balcón de su isla,
Se inventa
luces, enciende todas las lámparas del desierto
Recupera su
ovillo y lo vuelve a perder,
Hace de la
memoria del laberinto una montaña de cenizas.
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