La sirena, Charles Shannon
La sirena abre los ojos de la profundidad,
se asoma al metálico silencio de los peces
para colonizar el vacío del mar;
a los lejos divisa una lámpara,
una estrella de mar que fermenta al tiempo,
no sabe que es el sol,
los astros son gemas demasiado lejanas.
Su mar
envuelto en brumas a veces le aleja,
le vuelve
distante,
como una criatura
que viaja y
busca su destino entre las aguas.
En las noches enciende su lámpara de nácar,
y el mundo se apaga.
La sirena decora su anhelo con la sabiduría de los
peces,
se alimenta de distancias, de millas de luz
acuática.
En su jardín no hay abejorros asustados,
ni líricas flores,
sólo el mundo en una perla y
mucha sal para hacer llorar al mar,
la mirada a veces en la superficie
para sujetar con su pensamiento abstracto
las estrellas.
Hay noches en las que el capitán del submarino
la llama,
le convoca desde el humo de su pipa alada,
le grita desde su excesiva y pálida
lejanía,
y ella que no es caracola, ni enigmática
alga
Ni
sombra de pez
se entristece,
no logra atrapar la claridad de esa voz,
y como si la búsqueda fuera un templo
se hunde en si misma
atada por un cordón de luz a la
superficie.
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