Tres sillas vacías,
los hermanos Karamazov:
Dimitri, Iván y Aliosha,
hijos de una estrella que se desangra.
El deseo resbala por sus piernas de hombres
en la catástrofe del amor;
en la búsqueda del padre,
del arquetipo masculino originario.
¡Cuánta orfandad en el círculo planetario!
Habéis nacido del parto del mundo
con apenas una certeza:
sobrevivir y buscar.
Dimitri, te disfrazas;
te ocultas bajo la máscara
del lobo herido por los años.
Tu cabeza coronada
por un amor vulgar;
eres sombra que navega
en una barca-reloj, a la deriva de los años.
Estás vacío: eres el hombre que no se comprende,
y, sin embargo, incesantemente se busca.
Iván, pasas tu hilo rojo
por el ojo de la locura,
que no es locura,
sino un lago oscuro que refleja
las estatuas quebradas de la razón.
Iván, no crees en la salvación del hombre,
te disgustas con el gran progenitor.
Yo desentierro el cielo
y, con los dedos manchados
de tiempo y espacio, te pregunto:
¿Quién diseñó, como río cósmico,
nuestros sueños que se entrelazan?
¿Tienes la respuesta?
Pero Iván ausente espera que sus pensamientos
se transformen en otras cosas.
Aliosha, eres la fisura irreparable del destino;
te ahogas en la tacita blanca de la redención.
Tu amor es invisible,
inaccesible a la comprensión.
Estás tatuado en la memoria genética de la humanidad
con un gesto indescifrable.
Aliosha, sufres, no entiendes tu abandono;
quieres el fuego de la chimenea para la totalidad,
salvar de la catástrofe del diluvio a los inocentes.
Sin embargo, el mundo te corrompe,
te pierde,
y tú huyes, te evaporas,
fragmentando el tiempo con tu dolor.
¿Quién eres tú, acaso todos?
Cae el tiempo en su pozo de ausencia,
se resbala la sucesión por la superficie de mi vestido de niebla.
El ruido furioso de la lluvia te pregunta:
¿Cuál es tu Ítaca?
¿El padre? ¿La amada siempre distante?
¿El anhelo que jamás ha de saciarse?
El eterno retorno de la pregunta que siempre
ha de quedar sin respuesta:
el bastardo de la humanidad, oculto en la sombra.