De si dios existe,
de si el alma es inmortal,
de eso hablaba Iván Karamazov
mirando por la ventana oscura de su soledad;
mi sombra paralela a la suya,
la divisó dando la espalda al reloj de su infancia,
la divisó dando la espalda al reloj de su infancia,
y desde lejos tuvo que admitir que los sueños
no dejarían nunca de unir nuestros extremos.
Iván Karamazov llamó al demonio desde el tejado,
y se rodeó de espejos que reproducían infinitamente sus pasos.
Si, él escondió su corona de espinas bajo la nieve silenciosa
y apagó la maquinaria del río para abrazar la eternidad.
Iván Karamazov lanza la moneda de la incredulidad
bajo las aguas,
¿cielo o infierno?
bajo las aguas,
¿cielo o infierno?
¿el rostro del tiempo, o la cruz de de la eternidad?
Pero la moneda siempre muestra la cara taciturna
de lo que no ha de regresar.
de lo que no ha de regresar.
Iván Karamazov, ¿viste al infinito lamiendo tus desgracias?
¿Escuchas reír de incredulidad a tus flores despiadadas?
De si el hombre es el espejo del averno,
de si dios es el falso reflejo de su piedad,
de eso hablaba Iván Karamazov azucarando
con álgebra su café enfriado por la soledad;
de eso hablaba, dando la espalda a la mecánica del tiempo;
cuidándose de no revelar aquel sueño recurrente,
el sueño del niño corriendo en el campo de los siglos,
liberado de la nieve y su blanca eternidad.
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