Tus labios modelaron un círculo;
dibujaste el infinito en mi muralla exterior.
Me besaste, y algo retornó…
como si la humedad vaciara el silencio
y la distancia entre mi ojo y el mar
se pudiera acortar…
Tu lengua es una serpiente
que me cubre de misterios;
me devuelve a los corredores
de un sueño lejano,
donde el tiempo sólo es olvido y humedad
—acaso soledad—.
¿De qué color es tu deseo?
¿Acaso mi falda fue tejida
por tu eternidad personal?
Tu boca abre la noche
y la cierra en un círculo abismal.
Los sueños se escapan de mis manos
como mariposas de plata;
pasará la hora del desvelo,
y alguien dibujará hermosos relojes en mi interior…
Las manos del tiempo me obligaron a olvidar,
taparon mis ojos
y me instaron a desertar;
sin embargo, estoy acá,
entre demudados paisajes que brotan de la libertad.
Un silencio se escapa de mi boca;
te obliga a mirarme y a despertar.
Te pregunto:
¿Qué es aquello que no regresa y dónde está?
Descubro que mi destino
es recorrer jardines olvidados para que vuelvan a brotar,
un fabuloso destino: ¡Migrar y sembrar!
Soy el alma selvática de un silencio nocturno;
de tu mano en mi piel brota una flor: La flor del silencio
y su etérea soledad.
Él cerró los ojos y, con ello, el reloj de su infancia apagó. ¿Acaso fue una mariposa negra la que en su cama se posó?
El sueño alegórico vendría más tarde,
como una herida de la noche;
se diría que, como sangre del espejo, brotó.
Entonces el jardín,
con su llamarada de azucenas,
espejos y crisantemos, lo asustó.
«¿Es este un sueño o el ángel de mi devoción?» —pensó.
Entonces Esperanza y Pensamiento Nocturno
tocaron con una flor azul su corazón.
«¡Bailemos la ronda del tiempo,
cogidos de la mano,
y, con la noche brillante en nuestro pecho,
dancemos al ritmo de los minuteros del reloj!»
Dio tres giros… y la vio: entonces un árbol fue parido por su corazón.
¿Quién era ella?
Era la rosa,
con su producción de espinas,
y ese rojo que no sabe que es rojo
pero conoce la pasión…
«Debe tener un ángel dentro» —él pensó.
«Un ángel caído» —le repitió Razón.
«Es mejor encerrar el tiempo en una torre y huir» —
Insinuó Peligro.
El amante, con la cintura en llamas,
tendido en la mitad del sueño,
como un Cristo crucificado, gritó:
«¿Quién le pondrá el cascabel
al dragón del amor?»
La rosa, con sus pies de seda nevada
y con los pétalos abiertos, susurró:
«Abre los ojos, amante mío;
paciente nocturno de la sinrazón…
Pasado, presente, ojo invisible,
empieza la siega de trigo en tu corazón».
¿Eres Venus?
¿Acaso surgiste de mis aguas? —me preguntó.
No —le dije—, soy el espejo metálico
de tus palabras.
Rocé con la punta de mis dedos su espalda
y le ofrecí una manzana,
para apaciguar la intensidad de su jugada…
Mis ojos proyectaron un silencio,
lo cual disminuyó su intención de usar la espada.
—Esto debe ser un sueño —pensé.
Su lengua en mi herida fue una buena jugada…
—Tu fantasma líquido es una llama —susurró.
Caballero de todas mis copas, nací de tus aguas,
ahora son ellas las que hacia ti me arrastran.
Cuando abras los ojos seré humedad y distancia.