Percibes un movimiento musical
en el fondo del espejo.
Te reconoces lento,
—al compás—.
Las manos en las mejillas,
repites la verdad:
las palabras no lograrán
revelarte del todo, jamás…
Vamos, mi andante: el tiempo es un
silencio
que a mi te acerca,
—y quizás algo más—.
El devenir modela
la música de tu abismo personal.
Llevas en el pecho un reloj de péndulo;
su vaivén, un día, te quebrará,
—como la superficie del más fino cristal—.
Ir y venir sobre las cuerdas de los días,
con el clarín de la victoria danzar…
¿En la superficie de qué aguas te reconocerás?
Andante, moderadamente lento:
las horas, los espejos,
y el silencio de las almas en su altar.