Deseo un jardín,
ver de nuevo el espíritu de las rosas
acariciando la tierra dormida;
jugar una partida de cartas al borde de la fuente
para perder con el reloj.
Yo que era ciega al laberinto de las flores,
hoy necesito perderme en su esplendor.
Necesito un jardín, un lugar domesticado
por unas manos mansas,
un espacio pequeño donde enterrar las angustias
que florecen bajo la armadura de mi carne;
esas semillas negras que me golpean en el pecho
y que engendran la cara más oscura del sol.
Un jardín, para separarme de las estrellas,
y huir de su perorata sobre el destino.
Conocer la libertad de las flores,
que anhelan sólo la luz, el viento y las abejas
sin temor a su fragilidad,
indiferentes a las tijeras filosas
y a las manos invisibles
que las separarán de su amado sol.
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